Ayer desperté en otro hotel de paso. Una habitación con grandes ventanales que daban a un cielo gris. No sabía la hora, el día, ni el nombre del hotel ni de la ciudad en la que despertaba.
Mierda, todos estos hoteles se parecen. Como si los hoteleros del mundo se hubiesen puesto de acuerdo en no distraer al viajero con originalidades innecesarias para que este pueda noche tras noche, ciudad tras ciudad imaginarse que está siempre volviendo a la misma habitación.
Pensé que este hotel me recordaba al hotel de Lima, y pensé en ti. Recordé tu rostro, tu voz, la tenue luz que daba a mi cama desde donde te vi cerrar la puerta de mi habitación. Te miré salir, e imaginé que te quedabas quieto, te dabas la vuelta y regresabas hacia mi, riendo, mientras yo te decía "Esa salida fue demasiado dramática, no vale.....a intentarlo otra vez...!" Y reírnos los dos, como siempre solíamos hacer después de nuestros momentos de drama que nunca lográbamos tomar en serio. Esperé que volvieras para decirte todo eso, pero la puerta no se volvió a abrir.
Te habías ido. No puedo decir que desapareciste porque nunca estuviste realmente en mi vida. Nosotros construíamos un mundo impalpable - lúdico si cabe - de naturaleza sensorial; no podíamos probar que existía, pero tampoco lo contrario. Así como otros intentan reconstruir la realidad, nosotros jugábamos a evitarla. Lo improbable de nuestra historia la hacía mágica, necesaria, pero improbable.
A la mañana siguiente me desperté en el hotel diciendo "No, no, no creo que vayas a desaparecer. Tu salida no fue creíble. No, no te creo...."
La realidad no había sido nunca nuestro espacio de encuentro, pero tampoco de despedida. En nuestra esfera nadie "desaparecía" porque no exigíamos al otro lo contrario.
Pero esta vez sentí que tú me decías que la esfera de lo irreal no era suficiente para contener el sentimiento que había empezado a surgir de nuestros encuentros; también me decías que en la esfera de lo real nuestra historia tampoco era posible. Algo que ambos siempre supimos, pero que nunca fue impedimento para seguir ansiando vernos.
Cerraste la puerta, luego vino tu prolongado silencio, largos días de ausencia. Recuerdo esos días como cuando la mano recorre un metal frío, llega al borde angular, y se desliza hacia abajo sin poder asirse; como un reflejo distorsionado; recordaba lo que me dijiste en el umbral de la puerta del hotel "Me voy. Esto no puede continuar, mi corazón no lo soporta. Tenemos que parar esta locura en algún momento, tanto ir y venir, no puedo aguantarlo..."
Pensé en la lógica de los espacios vacíos. Un pez trazado con tinta chica ahogándose en un espacio que lo contiene. Pensé en las historias hechas de fragmentos, como la música, los poemas, como una caligrafía. Pensé encontrar en el espacio vacío la lógica de nuestra historia. Un espacio vacío es también un lugar infinito. Un espacio vacío que invade al pez, pero también le da vida.
Los días ausentes serán siempre más que los días compartidos, poéticamente perfectos, domesticamente imposibles.
Ahora sí te creo, te creo que por fin no vayas a volver.
Wednesday, February 16, 2011
Tuesday, February 15, 2011
LAS CARTAS SECUESTRADAS
Juan Gonzalo Rose
(Tacna, 1928 – Lima, 1983)
Su obra poética es, al mismo tiempo conceptual y lírica. Escribe generalmente, versos libres o prosas poéticas pero lo hace con tal finura que sus párrafos o estrofas parecen sujetos a medida a numerado ritmo de acentos. Obtuvo el Premio Nacional de Poesía en 1958. Ha publicado: La luz armada (1954), Cantos desde lejos (1957), Simple canción (1960), Las comarcas (1964), Contrapunto de la patria (1967), Hallazgos y extravíos (Antología personal) (1968), Informe al Rey y otros libros secretos (1963 – 1967) (1969), Obra poética (1974), Biografías breves de la vida breve (1975), Camino real. Antología. (1980), Poesía (1990).
LAS CARTAS SECUESTRADAS
Tengo en el alma una baranda en sombras.
A ella diariamente me asomo, matutino,
a preguntar si no ha llegado carta;
y cuántas veces
la tristeza celebra con mi rostro
sus óperas de nada.
Una carta.
Que me escriba una carta quien me hizo
los ojos negros y la letra gótica,
que me escriba una carta aquella amiga
analfabeta de pasión cristiana;
duraznos de mi tierra: que me escriban,
vientos los de mi rambla: que me escriban,
y redacte una carta pequeñita
mi hermana abecedaria y pensativa.
Muertos los de mi infancia
que se fueron
dormidos entre el humo de las flores,
novias que se marcharon
bajo un farol diciendo eternidades,
amigos hasta el vino torturado:
¿no hay una carta para Juan Gonzalo?
Si no fuera poeta, expresidiario,
extranjero hasta el colmo de la gracia,
descubridor de calles en la noche,
coleccionista de apellidos pálidos:
quisiera ser cartero de los tristes
para que ellos bendigan mis zapatos.
El día que me muera ¿en una piedra?
el día que navegue ¿en una cama?
desgarren mi camisa y en el pecho
¡manos sobrevivientes que me amaron!
entierren una carta.
(De Cantos desde lejos)
(Tacna, 1928 – Lima, 1983)
Su obra poética es, al mismo tiempo conceptual y lírica. Escribe generalmente, versos libres o prosas poéticas pero lo hace con tal finura que sus párrafos o estrofas parecen sujetos a medida a numerado ritmo de acentos. Obtuvo el Premio Nacional de Poesía en 1958. Ha publicado: La luz armada (1954), Cantos desde lejos (1957), Simple canción (1960), Las comarcas (1964), Contrapunto de la patria (1967), Hallazgos y extravíos (Antología personal) (1968), Informe al Rey y otros libros secretos (1963 – 1967) (1969), Obra poética (1974), Biografías breves de la vida breve (1975), Camino real. Antología. (1980), Poesía (1990).
LAS CARTAS SECUESTRADAS
Tengo en el alma una baranda en sombras.
A ella diariamente me asomo, matutino,
a preguntar si no ha llegado carta;
y cuántas veces
la tristeza celebra con mi rostro
sus óperas de nada.
Una carta.
Que me escriba una carta quien me hizo
los ojos negros y la letra gótica,
que me escriba una carta aquella amiga
analfabeta de pasión cristiana;
duraznos de mi tierra: que me escriban,
vientos los de mi rambla: que me escriban,
y redacte una carta pequeñita
mi hermana abecedaria y pensativa.
Muertos los de mi infancia
que se fueron
dormidos entre el humo de las flores,
novias que se marcharon
bajo un farol diciendo eternidades,
amigos hasta el vino torturado:
¿no hay una carta para Juan Gonzalo?
Si no fuera poeta, expresidiario,
extranjero hasta el colmo de la gracia,
descubridor de calles en la noche,
coleccionista de apellidos pálidos:
quisiera ser cartero de los tristes
para que ellos bendigan mis zapatos.
El día que me muera ¿en una piedra?
el día que navegue ¿en una cama?
desgarren mi camisa y en el pecho
¡manos sobrevivientes que me amaron!
entierren una carta.
(De Cantos desde lejos)
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